El momento de trasladar a una persona mayor a una residencia puede ser emocionalmente complejo tanto para ella como para la familia que la acompaña. 

A menudo se mezclan sentimientos de pérdida, inseguridad y miedo ante lo desconocido. De hecho, muchas familias comparten esta sensación de culpa y preocupación, tal como explicamos en el artículo Superar la culpa y la preocupación: el reto emocional de ingresar a un ser querido en una residencia. Sin embargo, con una buena preparación y apoyo emocional, la adaptación puede ser mucho más suave y positiva. A continuación, ofrecemos algunos consejos clave para ayudar en este proceso de transición.

En primer lugar, es fundamental que la futura persona residente participe activamente en la decisión de ir a una residencia y, por tanto, implicarla en el proceso. Hablarlo con tiempo, escuchar sus deseos e inquietudes y visitar juntos distintas opciones puede ayudarla a sentirse más segura y respetada.

Muy relacionado con lo anterior, resulta importante poder realizar una visita previa a la residencia, lo que permitirá conocer el espacio, el personal, las rutinas y a otros residentes. Esto ayuda a reducir la ansiedad y crea una primera conexión con el nuevo entorno.

En segundo lugar, teniendo en cuenta el espacio individual de la persona mayor, es relevante cuidar de la habitación y personalizarla. Poder llevar objetos personales como fotografías, libros o decoración que le resulten familiares ayuda a que la habitación se convierta en un espacio propio y acogedor. Esto puede ser muy reconfortante durante los primeros días.

En tercer lugar, y más enfocado en la familia o el entorno de la persona, la presencia regular de familiares y amistades durante los primeros meses es clave (siempre teniendo en cuenta el contexto social que rodea a la persona). Mantener una rutina de visitas refuerza el sentimiento de seguridad y evita que la persona mayor se sienta abandonada. También mantener el máximo contacto posible con la comunidad; seguir celebrando cumpleaños o fiestas familiares, y recordar buenos momentos puede ayudar a mantener la identidad y la autoestima de la persona mayor.

En cuarto lugar y ya dentro del centro, las residencias ofrecen actividades lúdicas, sociales y terapéuticas. Muchas veces se tiene la imagen equivocada de que una residencia es un espacio cerrado y triste, pero la realidad puede ser muy distinta: son entornos que pueden aportar nuevas oportunidades, relaciones y calidad de vida. Así lo explicamos en Desmitificar prejuicios: el lado positivo de vivir en una residencia. Animar a la persona mayor a participar en estas actividades puede favorecer la creación de nuevas amistades y mejorar su estado de ánimo y bienestar general. Asimismo, una buena comunicación con los profesionales que cuidan de la persona mayor permite compartir información importante y detectar posibles dificultades de adaptación. También ayuda a generar confianza mutua.

Finalmente, hay que tener en cuenta que cada persona tiene su propio ritmo de adaptación. Es normal que durante los primeros días o semanas haya momentos de tristeza, desorientación o incluso rechazo. La paciencia, la empatía y la escucha activa son esenciales.