La culpa es un mecanismo mediante el cual, a partir de un acto u omisión, realizamos un juicio moral sobre nuestra conducta y concluimos que hemos cometido un error. Muchas familias experimentan este sentimiento al tomar la difícil decisión de ingresar a un ser querido en una residencia. La culpa puede surgir de la creencia de que “no han sido lo suficientemente buenos” para cuidarlo en casa, o de la sensación de que lo están “abandonando”. Sin embargo, aunque la culpa es una emoción legítima, como cualquier otra, no siempre refleja con fidelidad la realidad de la situación.

En algunos casos, tomar la decisión de ingresar a un ser querido en una residencia es lo más adecuado para su bienestar, especialmente cuando comienza a necesitar cuidados especializados que no se pueden proporcionar en casa: instalaciones accesibles, atención médica profesional, cuidados las 24 horas, actividades sociales y estimulación integral. Sin embargo, esta decisión a menudo se pospone debido a la culpa que genera solo contemplar esa posibilidad, y aún más al llevarla a cabo. No obstante, llega un momento en el que es necesario dar ese paso. A veces, un desencadenante puntual lo impulsa; otras, una recomendación médica; y en ocasiones, se llega a un punto de claudicación ante la imposibilidad de continuar brindando el cuidado necesario sin poner en riesgo la propia salud. A pesar de saber que no hay otra salida, la culpa sigue presente.

Una vez realizado el ingreso, es común que las personas cercanas se sientan preocupadas por el bienestar de su ser querido: si recibirá los cuidados necesarios, si se adaptará al nuevo entorno y por la tristeza o soledad que pueda experimentar al dejar su hogar, con todos los recuerdos que este conlleva.

Dentro de lo posible, es importante iniciar un proceso de planificación y comunicación con la persona sobre la posibilidad de ingresar en una residencia. Involucrarla en la toma de decisiones puede ayudar a reducir los sentimientos de culpa. Explicar las razones del ingreso, ofrecer la oportunidad de visitar el lugar que será su nuevo hogar y permitir que el personal del centro le informe sobre cómo será su vida allí, facilita que la decisión final sea compartida, razonada y analizada por ambas partes, y no tomada únicamente por quienes acompañan el proceso.

Sabemos que, en muchos casos, la capacidad cognitiva de la persona puede estar afectada, lo que dificulta expresar con claridad sus deseos o incluso comprender o recordar a dónde va a ingresar a vivir. En estos casos, es fundamental buscar un centro que ofrezca los servicios que mejor se adapten a sus necesidades, para que pueda continuar su vida de la manera que le hubiera gustado, o bien, recibiendo los cuidados necesarios según su situación vital.

Tanto la persona que ingresa a la residencia como quienes la acompañan en este proceso deben adaptarse a la nueva situación. Para favorecer esta adaptación, lo ideal —dentro de las posibilidades de cada persona cercana— es que puedan visitarla regularmente, mantener el contacto telefónico y asegurarse de que se sienta cómoda y acompañada. Esto puede aliviar la culpa, ya que se está ofreciendo un tiempo de calidad. Compartir momentos agradables, como conversar, salir a pasear, tomar una merienda, decorar la habitación, ordenar juntos la ropa del armario, coser alguna prenda, mirar fotos, reír y recordar momentos felices, entre otras actividades, contribuye a fortalecer el vínculo. En definitiva, estar presentes es un ingrediente clave para combatir el sentimiento de culpa.

La comunicación constante entre las personas cercanas y el equipo profesional de la residencia genera una relación de confianza que ayuda a reducir la preocupación al ver que la persona está siendo bien atendida. Además, favorece la capacidad de delegar el cuidado en otras personas que, poco a poco, se van convirtiendo en "família".

No existe una solución perfecta; lo importante es tomar decisiones pensando en el bienestar de la persona. Es posible que quienes cuidan se sientan agotados emocional y físicamente, y es fundamental reconocer que, aunque se desea lo mejor para el ser querido, cuidar de la propia salud emocional también es esencial. Por ello, es importante que las personas cuidadoras puedan apoyarse en amistades, personas cercanas, el equipo técnico de la residencia o incluso en un espacio terapéutico para gestionar el estrés y la culpa.
 

María Pilar Vázquez Álvarez 
María Florencia Boix